El Gobierno de Petro llega a la mitad de su periodo, sin que haya avanzado mucho en materializar el mandato de cambio que le dieron las fuerzas populares que lo eligieron, debido a la férrea oposición del viejo régimen y a la decisión presidencial de aliarse con este.
En Colombia el pulso entre los de arriba y los de abajo medido en términos electorales, ha resultado en sucesivos relativos empates en las elecciones presidenciales ganadas por Duque en 2018 y por Petro en 2022; lo que inclinó la balanza fue el Estallido Social de 2021, que empujó el triunfo de la coalición de fuerzas populares que llevaron a Petro a la presidencia el 7 de agosto de 2022. Pero, si la democracia de la calle logró el triunfo, tener la presidencia ha resultado en una institucionalización de las fuerzas populares, que en vez de introducir grietas al viejo régimen, tiende a remozarlo.
El choque entre el viejo régimen y el Gobierno del cambio, puede verse en que mientras la élite dominante defiende ‘a morir’ su arruinada institucionalidad, las fuerzas populares claman por instaurar otro régimen que democratice la sociedad colombiana, por esto, en estos dos años han chocado los intentos reformistas de Petro, con las Líneas Rojas que traza la élite para impedir los cambios que urge el país. Dentro de las Líneas Rojas se encuentra la médula del modelo económico, como son el pago cumplido de la Deuda Externa a la banca imperialista y mantener el dogma del capitalismo neoliberal articulado a las grandes economías del inframundo mafioso.
En correspondencia con esta simbiosis entre intereses económicos imperialistas y mafiosos, nace y sostienen otro de los inamovibles: el narcorrégimen en que se funden la contrainsurgencia alentada
por Estados Unidos y la hegemonía de los clanes mafiosos, desde donde dominan el sistema de partidos y los poderes del Estado, a lo que agregan escuadrones paramilitares con los que sojuzgan las regiones de Colombia; este dominio sigue al pie de la letra la Doctrina de Seguridad que califica de Enemigo Interno a todo aquel que se oponga al viejo régimen, además de aplicar los planes de pacificación a la insurgencia revolucionaria, que presentan como “esfuerzos para construir la paz”, en los que incluye la desmovilización de grupos residuales de antiguas guerrillas, hoy denominados como disidencias.
En estos dos años, Petro es más lo que se ha adaptado a estas Líneas Rojas del régimen, que lo que ha hecho ruptura con ellas; por esto, mientras paga la Deuda Externa, se recrudece la Deuda Social (hambre, pobreza, desigualdad); también es funcional a la contrainsurgencia imperialista y hasta hoy no aparecen en el horizonte, tan siquiera esbozos del prometido cambio de Doctrina, en el que iba a desarrollar su publicitada Seguridad Humana.
En donde si ha marcado diferencia con Gobiernos anteriores es en mantener posiciones a favor de la paz mundial, cuando denuncia el genocidio palestino que están perpetrando en Gaza y pide que termine la guerra en Ucrania por medio de conversaciones de paz; igualmente, adelanta un esfuerzo por la integración latinoamericana, dentro del cual busca mantener una buena relación con la vecina Venezuela. En su discurso de protección del medioambiente, también se muestra favorable a enfrentar la crisis del cambio climático, sin que la lleve a la práctica por sus compromisos con los grandes poderes, con quienes ha pactado para tener gobernabilidad.
Lo que ha causado más estragos en este Gobierno del cambio, es su alianza con viejos exponentes de la politiquería tradicional podridos por la corrupción, los que no solo frenan los intentos reformistas, sino que colocan buena parte de los escándalos de corrupción que desprestigian al Gobierno; a los que hay que agregar los propios hechos de corrupción que realizan seguidores de Petro, a quienes les han entregado cargos públicos.
Petro y su gobierno cruzan un río turbulento, van en la mitad, por lo que está por verse si terminan arrastrados por el viejo régimen o logran remontarlo y dejar establecido un avance importante, tras la meta de tener un nuevo régimen que no persiga ni elimine opositores, encabece la lucha anti corrupción, lidere el esfuerzo de la sociedad en la defensa de la vida y el territorio, acompañe la resistencia de las fuerzas populares ante el poder imperialista y oligárquico, supere el obsoleto modelo pacificador y se decida a construir la paz con transformaciones; nobles propósitos que no van a poder avanzar por las arruinadas vías institucionales, sino por medio de la movilización y la lucha organizada de la gran mayoría de colombianas y colombianos.
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INSURRECCIÓN 959