La crisis estructural azota al país y más allá de las propuestas gubernamentales de reformas, el compromiso de encontrar un diagnóstico y respuestas comunes está en manos de todas las fuerzas, que piensen primero en Colombia antes que en sus propios intereses.
Lo que distingue al viejo régimen que exacerbó el conflicto es el desconocimiento, persecución y exterminio a quien piensa distinto y se le opone, tal método de imponer unos intereses minoritarios ‘está mandado a recoger’, pues nunca fundaron un proyecto de país en la conciliación y por esto no existe un punto de partida para hoy hablar de reconciliación; lo que le sirve a la sociedad colombiana es recorrer una camino de solución política del conflicto, basado en la construcción de un nuevo consenso plasmado en un acuerdo nacional, para desarrollar una agenda de transformaciones que haga realidad la paz.
El reto está en aplicar nuevos métodos a viejos problemas, por lo que hay que dejar de pensar que la pacificación es lo mismo que la paz o que saldremos de la crisis resolviendo unas consecuencias, pero dejando intactas las causas que generan los problemas; saliendo del absurdo de seguir sosteniendo que Colombia se volvería viable solamente satisfaciendo los intereses de una élite minoritaria o de potencias extranjeras, los únicos a quienes les sirve el actual modelo económico depredador y antisocial. Este cambio de metodología también exige pensar en procesos para solucionar los problemas estructurales que enfrentamos, solucionables más allá del corto plazo que implica un mandato presidencial de cuatro años; materializable con la participación plural de todos los sectores interesados en cambios de fondo, sin dejarlos encajonados en instituciones estatales ampliamente cuestionadas por la sociedad.
Hay que salvar la nación, no el viejo régimen, para esto hay que sumar fuerzas, en una alianza social, política y económica, que saque al país del ‘fondo de la olla’ en que lo han dejado centurias de mal
gobierno de una élite dominante, subordinada a los planes de Guerra perpetua del imperialismo norteamericano, con la que sofocan los opositores al despojo de nuestros bienes y riquezas. Solo el pueblo salva al pueblo, de su movilización está naciendo la democratización y de ella nacerá la paz, como única solución que nos hará viables como país.
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